Capítulo 4

Desde que había recordado el nombre que gritaba en el sueño, no pudo parar de pensar en ello.
Se había duchado. Estaba sentada secándose los pies, tratando de que no quede nada de humedad
entre los dedos; parecía que le estaba poniendo mucha atención a ello, pero en realidad su mente viajaba, navega lejos, estaba en la cubierta del barco parada.

Se engañaba a sí misma si creía poder salir de esa búsqueda de detalles del sueño.
Había decidido que sus pies estaban secos y comenzó con el cabello, era rojizo.
Se miró en el espejo del baño escudriñando de cerca sus ojos, como para que saltara alguna respuesta,
pero nada. Se miró de costado de cuerpo entero para medir cuanto había avanzado su embarazo .
Desde ayer parecía no haber crecido nada. El golpe en la puerta del baño la sobresaltó,
y la pregunta no le cayó bien. ¿Te estás haciendo de nuevo, che? Abrió la puerta
y se topó con quién había dormido. Buen día, se dice primero. Salió del baño dándole
un pequeño beso fugaz, como para que no crea que lo ama con todo el corazón.
Eligió un vestido liviano y suelto, con un estampado de flores, bien de verano .
En los pies, sandalias. Buscó cartera, llaves, celular, agenda y dinero. Metió todo como venía en el bolso,
se despidió de su marido con un me voy, es tarde. El adiós quedó atrapado en el sonido
de la puerta al cerrarse.
Bajó las escaleras de los tres pisos, prácticamente en el aire. Con el asunto del sueño, se había olvidado
de la innumerable cantidad de cosas para hacer que la esperaba en el trabajo. Llegó abajo, se miró en el espejo del hall de entrada del edificio y casi se desmaya.
No se había peinado. Por dios! La locura en su séptimo grado, se había olvidado de pasarse
el cepillo por el cabello. Sopesó si valía la pena volver a subir los tres pisos, pero ya era demasiado esfuerzo para su cuerpo. Optó por salir y comprar en la perfumería de la esquina
de Rivadavia y Carabobo, un peine.

Mientras caminaba hacia Primera Junta, se peinaba. Al parecer iba a ser otro asfixiante día de verano
en la ciudad de Buenos Aires. El asfalto no se había enfríado del día anterior y caldeaba el ambiente.
El sol se levantaba pesadamente detrás de las nuevas torres del barrio.
Ya nada se veía como antes. Quería recordar su antiguo Caballito, y poniendo un papel de calcar
en sus recuerdos, dibujó sobre la nueva galería sin sentido, una casa colonial que antes había sido su escuela primaria. El Hogar Obrero era ahora un shopping. El Parque Rivadavia tenía rejas. El estacionamiento donde su padre había dejado el auto tantos años, se había convertido en una empresa de comida chatarra.
Su mente nostálgica se resistía a los cambios de fisonomía. Las cirugías estéticas de la ciudad no le gustaban, por más que quieran parecer más jóvenes, un día no se reconocerían, un día no tendrían historia, no habría nietos paseando de la mano de sus abuelos contando nada, no habría bares con café con leche y medialunas , sino sólo modernos "nosequé" con dicroicas y mucho vidrio frío.
Pasó por la calle Cucha Cucha (ya le habían cambiado el nombre), porque no sólo quieren cambiar los rasgos de la ciudad sino también su identidad, renombrando las calles por el placer de un idiota de turno.
En fin, para ella era Cucha Cucha y sería siendo así, porque por esa calle dobló millones de veces en su infancia, yendo a buscar a su amiga, a su hermana Mariú.
Salió de sus ensoñaciones cuando le tocó pasar la tarjeta magnética para entrar al subte.
La línea A era como su subconciente. Sentarse en los asientos de madera, el bamboleo del subte, que para otro podría resultar peligroso, para ella era el hamacar de los brazos de una madre contenedora.
Muchas veces pensó, esto se puede desarmar! Estos vagones tienen mil años! Pero a diferencia
de lo que las vías le provocaban, el vagón de madera inglés de la Linea A,
sólo le traía recuerdos de dulzura y contención. Quizás se debería a que su abuela, la buscaba de la Escuela todos los viernes y atravesaban todas las estaciones hasta la última y bajaban en Plaza de Mayo, para ir directo por la calle Balcarse a almorzar a su casa. Se sumergió en un asiento del subte mirando el afuera, el túnel, la pared, la oscuridad . Eso la ayudaba a pensar.
Mientras el subterráneo hacia lo suyo, ella comenzó su viaje dimensional, a los tiempos en donde su bisabuela vivía. La imaginaba arriba del transatlántico con sus pocas pertenencias
y su pequeña hija buscando un rincón en el inmenso barco. La veía caminando sobre la cubierta, tratando de encontrar alguien con quién hablar . Pero en su imaginación veía caras
poco amigables, caras enfermas, caras compungidas, caras anónimas, caras sin historia,
caras con demasiada historia. (continuará)

4 comentarios:

Movimiento Evita Madariaga dijo...

MUY BUENO HELVIA , REALMENTE MUY BUENO

Daniel M. Rigoni dijo...

Vamos Helvia!

beatriz somoza dijo...

que lindos son los recuerdos,y tu cuento me invita a recordar...está bueno!

nidia dijo...

mi amor!!! cuantos recuerdos!!! Me haces llorar!!!te quiero!!!

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