El mar y otros derechos de la infancia

Por Oscar Taffetani
(APe).- Cualquier casa, cualquier barrio y cualquier ciudad del planeta es capaz de contarnos su historia, si es que estamos dispuestos a escucharla. Del mismo modo, una casa, un barrio y una ciudad podrían revelarnos un país entero, un continente, y hasta la completa evolución del género humano, grado por grado y edad por edad. Sólo es necesaria la voluntad de leer, de oír, de mirar y de dar palabras y sentido a ese pasado, para que se convierta en memoria viva de la tribu.
Tomemos, por ejemplo, Mar del Plata, bellísima ciudad de la costa bonaerense conocida como La Biarritz del Sur, La Perla del Atlántico y La Ciudad Feliz. Si estudiamos sus capas geológicas, hallaremos que junto a las puntas, los cabos y mogotes que registraron los adelantados españoles en el siglo XVI, hoy se alzan las torres de los hoteles y emprendimientos turísticos. En esa misma piedra de Mar del Plata que ornamenta los frentes de los chalets, podemos encontrar huellas de amonites y caracolas de millones de años. Y en los acantilados y barrancas poblados de grafitis e inscripciones de los enamorados, es posible hallar los restos de un taller lítico o de un fogón en el que entibiaron sus manos los primitivos marplatenses, hace ocho o diez mil años.

Cuando Mar del Plata se convirtió en ciudad balnearia de las clases más acomodadas de la Argentina (usemos un eufemismo, para no romper el hechizo), las damas patricias decidieron establecer una suerte de apartheid con los pescadores genoveses y los inmigrantes pobres (en su mayoría italianos) que se querían establecer. Así fue creada, al otro lado del arroyo y hacia el sur, la primera Banquina de Pescadores, el primer Barrio de Pescadores y otros ghettos que la historia iría después confundiendo y disolviendo, para bien de esa comunidad.
En la segunda mitad de los ’40, fruto del aguinaldo justicialista, de las vacaciones pagas y la hotelería gremial, surgió el llamado turismo social, por el que decenas de miles de familias trabajadoras conocieron esa rareza oligárquica llamada tiempo libre, y sus hijos se dieron el gusto de ponerse una malla y pegarse los primeros chapuzones en aguas atlánticas. Aunque, sobre todo, se dieron el gusto de conocer el mar.
Dos décadas después, se produjo el boom inmobiliario de Mar del Plata, con una tasa de construcción edilicia superior a cualquiera del país. La clase media ampliada, en aquellos tiempos de bonanza, podía permitirse el lujo del departamento o la casa propia de veraneo, en la Ciudad Feliz. Además de la construcción, a lo largo de veinte años, la ciudad fue un polo para industrias del ramo alimenticio y textil, dando oportunidades de radicación a innumerables familias de otras provincias argentinas.
Todo esto es historia conocida, y la reseñamos al solo efecto de mostrar que Mar del Plata, como cualquier joven ciudad del país -y ni hablar de las que son antiguas- tiene un sedimento histórico que permanece. Y tiene además (aunque suene metafísico) un destino.
Vieja y nueva pobreza
La desaceleración y el estancamiento económico de fines de los ’70 produjeron desempleo y aumento de la pobreza. Sin embargo, Mar del Plata no conocía las villas miseria ni los asentamientos precarios hasta entrados los ’90. Fueron las quiebras y los cierres de fábricas y talleres, así como la privatización de las grandes empresas del Estado, lo que produjo desempleo, éxodo de los jóvenes y nuevas migraciones desde los pueblos cercanos (muchos de ellos, liquidados por el desmantelamiento del ferrocarril).
Todavía no ha podido recuperarse la Feliz de aquel golpe asestado cuando terminaba el siglo XX. La pobreza estructural, la nueva pobreza y un desempleo que se mantiene desde hace un lustro en los dos dígitos, sumadas a la des-escolarización de niños y jóvenes y al crecimiento inevitable de las mafias y el crimen organizado, oscurecen su futuro.
Aquella barrera invisible y aquel apartheid de ricos y pobres que casi había desaparecido al promediar el siglo XX, volvieron a surgir en los últimos tiempos, dividiendo social y económicamente la geografía de la ciudad.Mientras el casco céntrico y el litoral conforman lo que podría llamarse ciudad-hotel, una meca turística que desborda de paseantes en las temporadas y puentes de fin de semana, el grueso de la población estable marplatense (hoy estimada en 700 mil habitantes) se distribuye en el Gran Mar del Plata, un conurbano que crece en distintas direcciones (a razón de cinco familias por día), y muestra la misma fisonomía de miseria y desamparo que otras grandes ciudades argentinas.
Santa Rosa del Mar, Newbery, Libertad, Parque Peña, Don Emilio, La Heras, Parque Palermo, San Jorge, La Herradura, Barrio Autódromo, Barrio Hipódromo. Uno podría pensar que se trata de nuevos complejos veraniegos y residenciales de Mar del Plata. Pero en realidad, son los enclaves dramáticos de la nueva pobreza. Aunque los bañe el sol cada mañana, representan la cara oscura de la Feliz. En esas barriadas y ranchos –cuentan los compañeros marplatenses- hay niños que nunca han visto el mar.
Una deuda impostergable
Trabajadores del Estado, trabajadores sociales, militantes de base y referentes de distintas organizaciones, que son integrantes o simpatizantes del Movimiento Chicos del Pueblo, convocan a una Marcha en Mar del Plata, este viernes 28 de mayo. En medio de los fastos del Bicentenario, entre los desfiles, los fuegos artificiales y las deslumbrantes puestas en escena, hay quienes les recuerdan a los gobernantes –y también a los felices y a los satisfechos- que existe una deuda impostergable con la infancia.Los niños de Mar del Plata, como todos los niños de la patria, tienen derecho al pan y las caricias. Tienen derecho a crecer en un país con justicia. Y tienen también el derecho –poético, filosófico, inalienable- al mar.

1 comentarios:

Daniel M. Rigoni dijo...

Es sin dudas una tremenda realidad que no debemos perder de vista. Son las famosas "externalidades" del mercado como eufemísticamente se refieren a ellas los economistas del neoliberalismo que impusieron su lógica desde mediados de los setenta.

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