En Homenaje a Roberto Luna


Volvemos a compartir  una larga charla con Roberto Luna en su casa del Barrio Belgrano.

Abrió su historia con alegría. Ida y vuelta desde el pueblo rural a los escenarios de la noche porteña. La fama y los famosos del canto popular de esos años que entre tangos y milongas llenaron las casillas del juego que supo jugar Don Roberto.

EP: Sus recuerdos de infancia se mezclan con la música
y el barrio, ¿no? Cuéntenos de esos tiempos…

RL: -Soy el menor de ocho hermanos -nos dice y prepara el mate-, mi oficio de cantante comienza a los quince años en Madariaga.
Por aquella época el barrio Belgrano, donde viví desde chico, era “un barrio musical”. Escuchábamos las guitarras en las calles y cada tarde me daba una vuelta por las casas donde sonaban, siempre digo que me crié entre ellas. Un día Osvaldo Siste vino a buscarme y me convenció para cantar en La Ideal. Tenía diecinueve años. Un momento muy bueno para los artistas, recuerdo que había concursos de canto frente a la plaza, los clubes El León y Cosme hacían fabulosas fiestas, a veces también el Independiente.
Las noches de carnaval en Madariaga eran bárbaras.
No sé si es que ya tenía el berretín por la música pero todo en mi vida está ligada a ella, -aclara como si hiciera falta-.
Un tiempo más tarde me encontré con los hermanos Salvarezza, tres violeros buenísimos; me terminé de embalar…otro gran cantante de la época fue Matienzo.
Como les decía, la primera vez que canté fue en La Ideal en el 49, un concurso que ganó Juan Carlos Rolón, un grande que se fue a Buenos Aires y hasta cantó con Canaro. Así que nada fue casual porque Madariaga era un centro de cantores de toda la zona. Había para todos los gustos, tango, milonga, estilo, cifra y folklore sureño. Al sureño lo rescato desde la tristeza, en eso se parece al tango, cierto?

EP: - Pero su debut fue anterior…
R.L: Sí claro, bastante antes, tenía más o menos quince años, fue en una obra teatral que presentaba el circo Saporito, se llamaba “El bailarín de cabaret”. Porque los circos eran muy completos, actuaban payasos, acróbatas, domadores y otros, pero también se hacían obras de teatro en la misma función, todo en una enorme carpa que se armaba en el Parque Anchorena; me acerqué a una prueba y me aceptaron, claro que no fue tan fácil, pasó lo que tenía que pasar en un buen inicio, falló el micrófono, en ese tiempo sólo teníamos uno. Pero bueno, salí a los gritos, como pude y eso entusiasmó a todos lo que habían ido. Fue el debut oficial en un escenario. Otra vez, era muy joven, participé de la Fiesta del Gaucho. Imborrable para mí; fue la primera fiesta. Mirá cuántas pasaron.



EP: “Una ciudad musical”, seguro que Ud.
habla de muchos talentos, ¿Recuerda quiénes hacían tango?

RL: -En Madariaga el que cantaba tangos era el Chorizo Contreras. Con él hice dúos años más tarde, en el salón parroquial en dónde los nervios me recordaban la ausencia de la bebida. Ese fue para mí un gran problema al que tuve que enfrentar en una larga batalla en la que me iba la vida. Estuve muy mal.

EP: Entonces nos decía que también viajó mucho por el interior, las distintas fiestas provinciales…
RL: Sí, muchas fiestas y festivales de la provincia, me acuerdo en especial de la Fiesta del Trigo en Tres Arroyos en donde se inició la Misa Criolla con Los Fronterizos, esa vez estuve doce días actuando.

EP: Y su paso por Buenos Aires, hablemos un poco acerca de esa aventura.
RL: Me fui a Buenos Aires en el cincuenta y cinco, en Devoto trabajaba de sastre que era el oficio que había aprendido de chico.
Pero lo mío era cantar, la noche comenzaba en Barrancas de Belgrano con los hermanos Verón en “La Barrera” y seguía en “El Rancho de Fernando Ochoa” en Catamarca y Carlos Calvo, de ahí nos íbamos al barrio de Mataderos y el final en el “Chin Chin” de la calle Carlos Pelegrini, un lugar bastante peligroso.
En Buenos Aires me las rebusqué siempre, me acuerdo que en una huelga de empleados me llamaron para trabajar en casa Muñoz.
En los 55 vivía frente al teatro Liceo, muy cerca de la Plaza de Mayo, imagínense el momento, recuerdo que en Junio de ese año la marina bombardea la Plaza, todo allí muy cerca, vímos los camiones con muertos, hoy sabemos que fueron más de 300.
También viví frente la Confederación de Comercio, presencié un intento de fusilamiento de los milicos, la persona no murió porque tuvo la brillante idea de enroscarse el cuerpo con la bandera argentina, eso lo salvó.
Ya en los sesenta Ongania hizo lo posible para romper con el mito de la radio, que había tomado mucha fuerza por lo que tenía de popular, todo el mundo la escuchaba. Desde allí se producía una gran movida, el radioteatro, las orquestas en vivo. Ese tremendo poder que tenía molestaba mucho. Nosotros sabíamos y se decía que algo iban a hacer después del golpe y sí, sacaron toda esa programación, cambiaron los elencos, empezaron a hacer sonar música diferente, la nueva ola le decían, yo creo que muy lejos del Buenos Aires de esos tiempos. Así nos quitaron el espacio de trabajo porque era un buen rebusque para los cantantes ir a cantar en vivo a las radios porteñas: Splendid, Porteña, Argentina, Rivadavia, El Pueblo. Irusta, Rivero, cantaban y ensayaban en los estudios de radios. En ese tiempo Otto Berger - un gran maestro-, me ayudó para seguir cantando cuando ya tenía muchos problemas de salud. Él era un tenor que se había casado con una profesora de filosofía y letras de Santiago del Estero.
Me acuerdo de que Julio Sosa una vez me consultó porque él no hacía milonga y bueno, parece que yo la entonaba bastante bien, la milonga tiene un fraseo distinto.
En aquellas noches íbamos al boliche “Sabhas”. de Paso y Entre Ríos, ahí nos encontrábamos con los músicos del momento: Franchini, Contursi, Pedro Maffia.
El dueño del lugar se llamaba Uranga, hermano del que se batió a duelo con Isaac Rojas, todo terminó a las 8.15 de la mañana en el boliche con concierto y borrachera; también conocí al sobreviviente del accidente de Gardel en Colombia, José Aguilar que tenía la piel de todo el cuerpo destruida por las quemaduras.
Y también en Buenos Aires estaba el Café El Ruca, Tango Bar, El Nacional, con sus orquestas en vivo desde las dos de la tarde en adelante, fiesta corrida.
Al principio de los sesenta hubo una movida importante con el folklore, se hacía en las peñas, y bueno, fue en una peña del Barrio Norte, a la que fui con Fernando Ochoa, en la que conocí a Argentino Luna, era un muchachito que se nos presentó como Rodolfo Gimenez, de Madariaga. Al año siguiente su nombre ya apareció en los diarios de la capital.

EP: ¿Cuándo comenzó a grabar?
RL: En los setenta más o menos, grabé con grandes guitarristas, Nicolás Brizuela al que llamaban Colacho, Hugo Casas, el hermano de Colacho y Fernando Molina, cuatro guitarras.
Fueron años intensos, grabaciones y actuaciones en vivo cada noche, pasábamos de un cabaret a otro “cabaret”.

EL: Aclárenos un poco más ese tema, ¿cómo eran esos “cabarets”?
RL: Seguro, un “cabaret” no tenía nada que ver con los “piringundines” de hoy, esos de moda alrededor de los pueblos, como los de Madariaga. No, aquellos eran algo así como bares y restaurantes al mismo tiempo pero con orquestas y también elencos de bailarinas exclusivos. Funcionaban desde la tarde y cerraban cuando amanecía, en algún caso, -como el del Empire-, hasta tenía pileta de natación, así que la concurrencia pasaba gran parte de su día ahí. Por eso la vuelta diaria de los cantores y sus acompañantes eran largas, íbamos a varios sitios en el día, trabajábamos muchas horas sí, pero vivíamos muy bien, pero era un ritmo de vida exigente para el cuerpo.
Me acuerdo especialmente del “Tabaris” de Corrientes y Esmeralda, tenía un escenario móvil que era una novedad para la época, giraba y por momentos quedábamos de espaldas a la gente. Por ese entonces trabajaba con Piro, marido de Susana Rinaldi, enfrente estaba el famoso Empire. Pero el lugar por el que no podíamos dejar de pasar era “El Rancho de Ochoa”, ahí me escuchó Anibal Troilo Pichuco.

EP: Intensa su vida Don Roberto ¿no? vivir tan apasionadamente,
pero saber que hay límites …

RL: Sí, la noche me dejó la salud a la miseria, necesitaba salir porque sentía que empeoraba. Así que tomé la decisión de volver. De verdad no tenía alternativa.
La primera parada del regreso la hice en Mar del Plata donde me quedé con Luis Correa y Amadeo Mandarino, tuvimos una Peña a la que le pusimos “Tres Amigos”; la apadrinó Alberto Castillo. Yo seguía muy mal de salud. Necesitaba volver al pago para poder tener tranquilidad y curarme. El alcohol era un tormento, me estaba matando.
Y así lo hice, en Pinamar empecé a trabajar con un grupo de alcohólicos anónimos que se convirtieron en grandes amigos; después seguí acá, formamos un grupo porque no había. Estoy seguro que eso me salvó la vida. Me siento muy orgulloso del esfuerzo. Necesito contar la experiencia porque quiero ayudar a los que tienen el mismo problema.

Buenos Aires, ¡qué ciudad!, años de locura, si quieren les sigo contando…

La entrevista aparecerá publicada en la Revista El Puente, número 2 de próxima aparición.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Un grande Roberto!!!!!!! un querido maestro!!!!!
Hasta siempre....
Eduardo Balletto

Movimiento Evita Madariaga dijo...

Todo un cantor , alla los va a poder entonar junto Gerdel y Julio Sosa

Anónimo dijo...

que hermoso homenaje a través de esta entrevista periodística a mi gran amigo ROBERTO LUNA.sin lugar a dudas uno delos mas grandes cantores nacionales que dio el país, siempre lo recuerdo por su don de bien. RUBEN ALBERTO BENEGAS(MAR DEL PLATA)

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