La indiscreta obscenidad de la burguesía

Alfredo Grande

(APe).- Fin de año complejo. Incluso complicado. Los que en la segunda década infame luchamos por el pensamiento crítico frente a su majestad el pensamiento único, nos encontramos custodiados por expertos que marcan los límites, en realidad las limitaciones, de ideas, propuestas, andamiajes por fuera, por arriba, por debajo, incluso por los costados de la Razón K.
Por que si bien es cierto que el fascismo de cierta oposición, que mas que opositores son demócratas contrariados, nos empuja a abrazar a pinguinas y pingüinos, no es menos cierto que la gobernabilidad conseguida a costa de hambre, enriquecimientos no investigados que por lo tanto ni siquiera se puede establecer cuan lícitos o ilícitos son, encubrimiento de masacres como la de Cromagnon, insoportables políticas de represión de la protesta social y de la niñez abandonada, predisponen a enfrentamientos entre aquellos que quizá podrían compartir la misma arca de noé cuando la democracia naufrague. Si hay una especie que nunca se suicidará es la burguesía. O sea: la clase que detenta la propiedad privada de los medios de producción de pensamiento. Algunos de ellos son gerenciados por monopolios informáticos, otros por usinas de producción del verdadero saber y poder popular. Y uno de los bastiones del pensamiento burgués es el consumo. Como ya dijimos: el consumismo, que es el consumo de lo inútil, lo perjudicial, lo superfluo, lo innecesario. Y en su nivel mas alto de abstracción y sofisticación, consumir consumo. Y que ese consumismo se sostenga en la perla de la corona del capital financiero: el endeudamiento. No solo del estado, más allá de blindajes, linajes y hospedajes. Seguimos honrando a la deuda externa, consolidando la oligarquía de los acreedores externos. Pero esa deuda externa, se amplifica en cada sujeto endeudado, que mira estupefacto a una gran cantante en un triste papel: “me das cada día mas”, pero no de amor, sino de límite de compra. No hay scoring para descontar puntos a la banca financiera, ni para las prepagas, ni para las tarjetas de crédito, ni a los alquileres confiscatorios, ni al precio de la canasta familiar, ni a la rapiña de los intermediarios de la alimentación. La macro economía con divorcio contradictorio de la micro economía, asiste a un revival del “estamos mal pero vamos bien”. El Amado Vudú manotea reservas del banco central, que no van a ir a la eliminación del hambre y a la multiplicación de panes y peces, sino a saciar los espúreos apetitos de los hombres de la bolsa. Haber convertido a la residencia de Olivos en un “compre ya”, es la afirmación de contenido más brutalmente destituyente que escuché. Y eso que escuché varias. Suponer que hacemos Patria cuando cambiamos la heladera (lo que supone que tenemos heladera) o el televisor (lo que supone que tenemos televisor) o lavarropas (lo que supone que tenemos lavarropas) o el auto (lo que supone que ya tenemos auto) es volver no ya a los fecales noventa, sino mas atrás aún. A las épocas del déme dos, cuando el hiperconsumo de las clases acomodadas tapaba con carritos repletos los aullidos de los perdedores del modelo, que aprendieron años después que ramal que paraba, ramal que cerraba. No importa si el hiper consumo se consuma en el exterior o en el interior. Globalización mediante, las góndolas son una gigantesca cinta de moebius que espera a los devotos del patrón oro, euro o dólar, según cantidad de estrellas que se ostente. Suponer que el hiperconsumo suntuario, que publicidad mediante, transforma a un simple desodorante en una máquina de atrapar mujeres, es una salida de la crisis, ignora, o desmiente, o disocia, que en realidad es una entrada en la catástrofe. Y esta no es una profecía estilo “2012”, ni siquiera suponer la Apocalipsis del “2011”, sino constatar que cuando se quiere combatir a la derecha con sus mismas armas, aun ganando, uno ha sido derrotado. Hay diferentes maneras de tener victorias a lo Pirro, y muchas mas de tenerlas a lo Pillo. La democracia no es solamente el armónico encuentro entre oferta y demanda en la paz de los mercados. Democracia es la subjetividad rebelde del ciudadano que consume para vivir, no que vive para consumir. La revolución cultural que necesitamos no va a ser liderada por Frávega, Garbarino, Falabella o Scioli. (pregunta del autor: la cadena de electrodoméstico Scioli ¿cerró?) Esa es el combate con la derecha: ganarle el derecho a decidir como es una vida que merezca ser vivida. Desde antes del nacimiento, y hasta después de la muerte. Esa dignidad que nos enseñó, entre tantos otros, Jorge Di Pasquale. El poeta Vicente Zito Lema le rindió homenaje con un poema entrañable: “Ya nadie te humilla”. Pero para muchos de nosotros, las humillaciones siguen. Porque la vida en situación de calle, o directamente, sin eufemismos, la vida en la calle, humilla incluso al que pretende ayudar. Porque uno entrega una ayuda que sabe que es totalmente insuficiente. Que es comida para hoy y muerte para mañana. Y eso también humilla. Y una democracia que humille, no es una buena democracia. Morir de hambre, de frío, de calor, de inundación, de sequía, de dengue, de chagas, de lieshmaniasis, de humo tóxico en discotecas no habilitadas, de tortura policial, por negarse a ser pibe chorro (como Luciano Arruga que no arrugó y lo desaparecieron, esa que alguno dijo era la mejor maldita policía) del horror por el futuro amputado, del horror del presente degradado, todas esas formas de morir son humillantes. La obscenidad de la burguesía que humilla al que no tiene, cuando el tener es la única dignidad que cotiza. Un periodista me preguntó: “¿que piensa del avance de la derecha?” Le contesté. “La derecha es el hambre. Y no es democrático que avance. Y tampoco es democrático que no retroceda”. El primer instituyente del 2010 es destituir la insoportable obscenidad humillante del hambre.

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