Realidades Imaginarias


Clase de Judo
Por David Pau

Jamás supe cual fue la razón que impulso a mi madre a obligarme a tomar clases de judo. Odio las artes marciales. Odio a los tipos que las practican. Son como una especie de nerds, pero en vez de estar pegados frente a un monitor, andan por la vida con sus revistas y videos de Bruce lee, Jet Lee y demás. Por otra parte se creen temibles y hasta invencibles. Por dios! No hay nada mejor que la pelea callejera. Nada más digno y tradicional que el boxeo. Yo deseaba tomar clases de box, pero mis padres decían que era un deporte salvaje y de incultos. Claro, por eso supongo que me enviaron a tomar clases de judo.
El profesor, era nada más y nada menos, que un primo político de mi madre. Un idiota que se creía gran cosa. Tenía aspecto de fanfarrón y en cierta forma lo era. Andaba siempre dando clases en distintos lugares. A mí y a otros alumnos, nos enseñaba en su casa. Tenía acondicionado un lugar en el patio trasero de su jardín, en donde había levantado un pseudo gimnasio.
El lugar no era feo, pero me resultaba desagradable apoyar mis manos y cara en la colchoneta donde todo mundo andaba descalzo. Por otra parte, el resto de los asistentes eran en su mayoría menores que yo.


Debía asistir dos veces por semana. Mi madre me llevaba y como tenia que esperar, lo hacia tomando el té con su prima. Jamás entendí el por que mi madre me llevaba vestido con el judogui, una especie de kimono blanco, con un cinturón, que usábamos para practicar. La gente me miraba por la calle y yo me sentía un verdadero idiota.
Cada práctica era más o menos igual. Entrada en calor, saltos, caídas y demás. Luego nos buscábamos un compañero y practicábamos las tomas. A mí nunca me tocó un tipo despierto, tampoco una compañera bonita. Cuando no era un tarado, a quien debía explicarle todo, me tocaba practicar con el profesor.
Al final de la clase, luchábamos un rato y saludábamos a no se quien, con unas palabras impronunciables en japonés y nos retirábamos. Ese momento era para mí el mejor de toda la clase. Me ponía mis zapatillas y me largaba.
Clase de por medio, me quedaba después de hora escuchando un sermón del profesor. El tipo se empecinaba en dejarme enseñanzas de la vida, de las relacione humanas y no se que cuernos más. Jamás lo escuchaba. Recuerdo que el tipo hablaba y hablaba y hablaba. Se creería el maestro de la seria televisiva Kung Fu. No tengo registro alguno en mi cabeza de las cosas que me dijo. Simplemente lo miraba y me alejaba mentalmente de la situación. Me dejaba llevar por cualquier estupidez, una tela de araña, el color de la colchoneta o me quedaba mirando sus defectuosos pies. El discurso duraba una media hora, más o menos. Siempre encontraba un tema para tratar, sobre mi vida, mi conducta, mi esto y el otro… Era un martirio insoportable.
Con el correr de los meses, el tipo se había tornado insoportable. Eso de los sermones había colmado mi paciencia. En cierta forma dejaron de ser consejos y reflexiones, para transformarse en retos y advertencias. Yo lo odiaba a el y ese sentimiento se había tornado mutuo. Me hacía hacer estupideces o me ponía en penitencia delante de los demás. No me dejaba participar de las clases y hasta llego a echarme antes de hora. Le molestaba que estuviera feliz de irme sin hacer nada. Decía que le hacía perder el tiempo y que malgastaba el dinero de mis padres. Era verdad… Yo quería reinvertirlo en clases de boxeo.
Una tarde me toco luchar con una chica. Una de las más bonitas del cuerpo de alumnos. La lucha era desigual. Yo era más grande y más habilidoso. Por otra parte tenía más calle y era un poco salvaje en algunos aspectos. En pocas palabras, la lucha no era otra cosa más que eso, lucha. Ella era menuda de cuerpo y muy delgada. La levantaba con poco esfuerzo. La tire al piso tres veces y le dije al profesor que la cambiara. Que estábamos desparejos. El tipo dijo que siguiéramos luchando. Lo hicimos, hasta que en una toma la volqué de cabeza contra el piso. Le di de lleno y quedo desmayada o casi. Se tomo de la cabeza y se puso a llorar a mares. El profesor corrió hacia ella y la atendió. Yo me reprochaba a mi mismo por haberla golpeado, pero no había tenido intención de hacerlo. Todo mundo me miro como a un ogro. Termino la clase.
Luego, claro esta, no podía ser de otra manera, llego el sermón. Antes que soltara una sola palabra le largué en la cara unas cuantas verdades. Le dije que me tenía harto con sus estupideces y consejos, que odiaba el judo y todas las putas artes marciales, que me cagaba en ese “no se quien” al que saludaba antes de irme con una reverencia y que por mi se podía ir el y todos los japoneses judokas a la puta madre que lo parió…
El tipo se quedo mudo. Se enfureció, puso cara de que deseaba matarme, estaba muy sacado. Y cuando estuvo a punto de explotar me invito a retirarme. Le dijo a mi madre que no asistiera más a las clases y que no tenía remedio insistir en mi educación. En pocas palabras, le dijo que era un perdido.
Volvimos a casa en silencio. Ella se sentía humillada delante de su prima y su marido. Yo estaba feliz por dentro, pero ponía mi mejor cara de “pobre diablo”, para acompañar la situación. Hace unos años me enteré que el infeliz había muerto de cáncer. Cáncer de colon. Me imaginaba al bravucón muriéndose lentamente, en medio de un sufrimiento indescriptible, por haberse negado a que el doctor le meta un dedo en el culo. El muy fuerte e inteligente, fue vencido por un simple dedo. Tanta fuerza y energía, en un cuerpo exuberante y trabajado. Tanta cosa y tanta charlatanería quedo tirada en la lona. Siempre nos decía que había que estar atentos y que debíamos anticiparnos al oponente. Un consejo que ni el mismo había escuchado.


9 comentarios:

Helvia Catena dijo...

la historia me recuerda que las madres tenemos que acompañar a nuestros hijos en sus ideas y no querer imponerles las nuestras....

Daniel M. Rigoni dijo...

Perdón Helvia, y sin ánimo de ofenderlo a David porque el cuento es muy bueno, a mí me recuerda al proctólogo!

paula dijo...

Helvia, es cierto lo que decís, es parte de educar en libertad a nuestros hijos.
Creo que la real voluntad de la madre no era la filosofía oriental, porque si así hubiera sido, el hijo se hubiera interesado.
Lo lindo es sacar lo positivo de cada experiencia y es una pena que David no lo haya encontrado. Besos

Helvia Catena dijo...

también podemos caer en no escuchar a los chicos, creyendo que le gusta algo que nos gusta a nosotras las madres, y quizás ellos tengan otros intereses, creo igual que lo necesario esestar atento para no equivocarse por demás , vos que decís Pauli?

Anónimo dijo...

Es solo un relato de un episodio de mi infancia. No juzgo a nadie, yo solo quería practicar boxeo... Los padres creen que hacen lo mejor para sus hijos, pero, cuantas veces los consultan? Mi padre me olbligo a estudiar en el colegio industrial y yo quería ser antropólogo!!!! ja,ja,ja! Le metí el título de técnico electrónico en el culo y me metí de lleno en las Cs Sociales... (luego mi padre me desheredo...ja,ja,ja! Pobre idiota..)

David

Anónimo dijo...

Yo estudie 8 años en el Conservatorio Nacional el profesorado de piano, porke mi mama no lo habia podido hacer... deje, y hoy el piano lo tiene ella para juntar mugre y a mi solo me sirvio como cultura general!!!! respetar los gustos y elecciones de nuestros hijos, es amarlos... imponer los nuestros es egoismo absoluto!!!

Helvia Catena dijo...

Yo quería ser bailarina, pero mi madre pensó que era muy sacrificado para mí, además me decía que bailarinas llegan pocas al Colón, y resulta ser que me metí en una escuela que me costó el cuádruple terminar, primero porque no me gustaba tanto como bailar (para ello si me hubiese sacrificado)y segundo porque fueron seis años de doble escolaridad (con los primeros tres años industrial) que me implicó hacer cosas que no tenía ni media ganas de hacer, por ejemplo budinera, martillo, tablero de electricidad) para luego ser técnica en diseño y promoción publicitaria. Me hubiera gustado ser bailarina o profesora de danzas, pero no me impuse a la decisión de mi madre, y tampoco en ese momento me sentía madura con tomar decisiones...así que ....fin de la historia.

paula dijo...

Coincido con ustedes, es realmente un desafío desde la posición y con el amor de padres, escuchar a nuestros hijos, guiarlos esperando que sea lo mejor para ellos.
Creo también que realizar nuestros sueños con pasión, sean grandes o pequeños, les muestra a nuestros hijos que ellos también pueden hacer lo mismo.

Anónimo dijo...

Si, la pasión o cualquier sentimiento se trasmite con solo sentirlo, y mas en los que tenemos cerca

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