Realidades Imaginarias


La Misa
Por David Pau

Después de mucho tiempo se me cruzó por la cabeza la idea de ir a misa. Admito que fue una idea absurda y muy estúpida. Desde temprano me propuse cumplir con mi palabra de ir a la iglesia. En realidad no se trataba de un pacto con Dios, ni nada que se le parezca. Solo tenía ganas de cumplir conmigo. Tenía ganas de no faltar a mi propia palabra.
Media hora antes de que empiece la misa, escuché sonar las campanas. Era el primer aviso. Luego quince minutos antes volví a escucharlas y me puse en camino. En otras oportunidades, ir a la misa tenía cierto significado. Por alguna extraña razón, me hacia sentir “bien”. Si… Digo bien, no en el sentido que pueda sonar a “santificación”. Convengamos que no soy un santurrón y que solo le pido algo a Dios, cuando lo necesito. No sé porque se me ocurrió ir a misa esta tarde. Sólo a un imbécil como yo le puede surgir semejante idea.
Caminé la cuadra y media que hay entre la iglesia y mi casa. Entré, ante la mirada de algunas personas, y me senté al final de la hilera de bancos. Todo estaba en su lugar. Los pisos inmaculadamente limpios. Los bancos de madera barata de pino.
El sagrado corazón por encima del altar. Y todo ese vejestorio, que tiene un pie del otro lado, rezando el ave María y toda esa lata.
Algunas personas, con cara de lame sirio, entraban y salían en medio de los preparativos. Acomodaban una cosa, llevaban otra. Hablaban por lo bajo, miraban, se sentaban y volvían a pararse. Evidentemente todo mundo se tomaba la cosa con muchísima seriedad.

Yo estaba sentado, mirando. No rezaba, ni prestaba atención alguna a las personas sentadas a mi lado. A decir verdad, la iglesia estaba media vacía. No había mucha asistencia y cabe aclarar que tampoco es demasiado grande el lugar.
De repente escucho detrás mío a un tipo hablar. Repetía una y otra vez, pero mal, cada cosa que decía la persona que dirigía los rezos. Era uno de los monaguillos. Un tipo de mi edad, medio pelado, gordo y retrasado mental. Yo no sé porque a todos los retrasados mentales los obligan a realizar ese tipo de tareas. Pensarán sus padres que si los colocan “cerca de Dios”, ellos irán al cielo? Es como tratar de exorcizar la cagada que el mismo Dios ha hecho! Bah! No encuentro otra explicación. El pobre diablo, estaba detrás diciendo estupideces que el solo entendía. Supongo que estaría rezando o algo así. No me di vuelta a observarlo. Ya me sentía pésimo.
De repente, llegó una tipa joven. Fea. No tenía buen culo. Estaba vestida con ropa de segunda marca. Se arrodilló y estuvo un buen rato rezando. Algunos hacen eso. Creen que Dios les presta más atención si lo hacen delante de otros. Cuestión que le daba al rezo y se concentraba mucho en ello.
Para cuando terminó, se escuchaba a una señora mayor y autoritaria, repetir una frase. Una y otra vez, tocaba el órgano y repetía la misma frase. La gente hablaba. En un momento se enojo e incito al público asistente a repetir la famosa frase. Algo así como “el señor no lleva por el camino de bla, bla, bla…”.
Yo ni abrí el pico. La gente me miraba. Ya estaba muy seguro de lo mal que había hecho al ir a la iglesia.
Terminó la lata de la vieja del órgano, quien con anteojos enormes de sol, recordaba a las directoras autoritarias de la primaria y se hizo silencio. Largó otro tema y salió el sacerdote por un costado del altar. Era morocho. Flaco. Parecía que hacía varios días que no había comido. Tenía aspecto de no haberse bañado y que en cierta forma le molestaba dar misa. Le miraba la boca al cantar y pude percibir que ni siquiera se sabía el cántico. Se paró frente al atril, como todo sacerdote y puso la típica cara de víctima que ponen todos ellos al comenzar la misa. Pareciera que fuera él quien va a ser crucificado. Todos son iguales. Se victimízan, como tratando de vender la imagen de “yo soy tan sufrido y sacrificado en pos de transmitir la palabra del señor”… Luego comenzó a hablar.
Una tipa se paró y largó con la canción de las lecturas de los evangelios y demás. No pensé en pararme, pero hice un esfuerzo. Me incorpore y no abrí la boca para nada. Ya estaba muy cruzado. El retrasado, estaba al lado del sacerdote y mantenía las manos juntas, como si fuera un angelito, en posición de súplica y debajo de su mentón. Pobre idiota, no podía juzgarlo. Sólo me dedicaba a verlo.
Luego de pedir perdón, el sacerdote pidió recordaran a una vieja de otra iglesia que había muerto. Todos se lamentaron por lo bajo. Se ve que era muy conocida o muy querida o muy hija de putas. Como sea, todas las viejas hicieron el clásico chasquido con la boca. Siguió la cosa…
El tipo dejó de hablar y comenzó a leer una parábola. La misma hablaba de tres hombres a quienes se les había dado dos monedas. Los dos primeros las invirtieron y ganaron dos más y el jefe los felicitó. El tercero, pobre infeliz, por temor al jefe las guardo y se las devolvió. Este felicito a los dos primeros pero echó al infierno al tercero por no haber invertido las monedas que le había dado.
En ese momento, estuve a punto de mandarlos a todos a la mierda. Como puede ser que, un tipo que por temor a Dios, no hizo nada con las monedas es arrojado al infierno? Ah! “Donde el dolor es infinito y se escucha el rechinar de dientes…”. Era el colmo. Acababa de decir que bienaventurados los temerosos de Dios porque irán al cielo, pero si no invertís la moneda y ganas dos mas estas cagado! No, no, no… Me fastidié. Estaba furioso. No era Dios quien decía semejante estupidez, son “los hombres” quienes hablan en nombre de él. Quienes colocan palabras en su boca que, quiero creer, él jamás diría. Como todo mundo en el recinto podía asentir semejante disparate? Todo estaba mal. Incluso un tipo delante de mí, tenía hongos en sus manos y dedos. Se suponía que debía estrechar la mía con él a la hora de “dar la paz”? No! Por qué me tengo que llevar “su pecaminosa mano descamada y atestada de hongos” a mi casa, a mi cama, a mi vida? Que acaso soy la madre Teresa?
Me largué, no sin antes putear por lo bajo. Varias personas me miraron al salir. Deben de haberse horrorizado. Poco me importó. Maldije todo el maldito asunto. Al sacerdote, al retrasado, a la vieja del órgano y al sacerdote con cara de haberse hecho pasar por clérigo. Me cagué en los putos apóstoles, en la santa iglesia, en monseñor “santos cuernos” y el obispo malparido que no hace otra cosa que decir sandeces en televisión, en vez de salir a limpiar mocos a los pobres y desvalidos tipos que viven en la calle…
Llegué a casa, tomé la billetera. Tenía tan solo siete pesos y los gasté en dos latas de arvejas, media docena de huevos y una mayonesa. Pensé en hacerme un omelet. La tipa de la caja, me atendió de mala manera. Me hizo sentir un miserable. Encima me tiró las monedas sobre el mostrador, viendo mi mano en alto para recibirlas. Salí… Estaba en la calle, lejos de todo. Camino a casa. El viento soplaba en mi cara. El viento frío de los últimos días de primavera.

2 comentarios:

paula dijo...

Así terminó?

Helvia Catena dijo...

y si... al parecer es asi, terminó que el viento frío de primavera lo calmaba...

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