Por Ana Nora Feldman

Si dijera que nunca soñé con este momento estaría faltando a la verdad, lo buscamos todos: mamá, papá, yo. Los amigos de Laura, sus compañeros, la sociedad toda.
Por supuesto lo que nunca imaginé es que fuéramos tantos, realmente tantos.
Y aquí estamos, devolviéndole entidad a una de las miles de desapariciones, poniéndole fechas, lugares, circunstancias. Gracias al trabajo de muchos estamos aquí, en este magnífico acto.
Un día, hace más de 31 años, mi hermana desapareció


Mamá y yo estábamos ya fuera del país y aquí se había quedado mi papá para acompañar a Laura.
18 años tenía, ideas como tantos de nosotros, comprometida como tantos de nosotros,…

Se la llevaron y por mucho tiempo no tuvimos más noticias que la búsqueda desesperada de mi papá, que movió cielo y tierra, golpeó todas, absolutamente todas las puertas para saber de ella.

Desde Italia, país que nos acogió a mi mamá y a mí - mi segunda tierra, la que me permitió crecer, estudiar-, acudimos a cuanto lugar, institución, embajada pudiera ayudarnos a saber, a recuperar, a preservar, a salvar a Laura.

Un largo, larguísimo silencio.

Tiempo sin noticias, ojos sin lágrimas, salvo cuando alguna noche escuchaba a mi mamá llorar sola en su cama.
Hablar poco, nombrarla poco, desaparecerla también nosotras de nuestros diálogos.

Y mi papá, silencioso, torturado, implacable consigo mismo: no se perdonó jamás el no haberla dormido, encerrado en un baúl y haberla llevado así, como un paquete, fuera del país.
De otra manera Laura no se hubiera ido.

Algunas veces nos llegaron rumores, murmullos, mensajes anónimos que nos decían que había estado en un campo…, incluso entre quienes vivíamos en Europa muchas cosas no se decían, temíamos por la seguridad de todos, de los que estábamos allí, de los que habían quedado aquí.

Un profundo silencio también aquí, en la Argentina.

Mi papá cuenta, en alguno de sus escritos privados, que después que desapareció Laura los amigos o conocidos cruzaban de vereda para no tener que saludar. Preferían poner distancia antes que escuchar historias desgarradoras.

Cuando volví de Italia, en el año 1995, yo también encontré silencio, y eso que ya teníamos varios años de democracia vividos, transcurridos.
Quiero decir esto porque hoy muchos se olvidan y otros no saben, que fue tan grave, tan profundo lo que pasó, nos impactó tanto como sociedad que, aún en tiempos recientes, los amigos, los conocidos, los parientes, temían preguntar, no podían escuchar.

De a poco se fue hablando más. Están hablando más.
Finalmente pude saber algunas cosas sobre su secuestro, sobre su martirio. Y ahora sé sobre su muerte.

Cinco balazos, junto con otros chicos, fusilados y abandonados en un descampado y por años sepultados de manera anónima en un cementerio.

A mi hermana se la llevaron porque creía en una Argentina diferente, porque pensaba que ella tenía cosas para decir, para hacer, para aportar.

Muchos años pasamos en la Argentina sin poder decir, sin poder hacer, sin poder aportar.

Y no fue casual, fue la directa consecuencia de una dictadura cuya voluntad era la opresión y el aniquilamiento.

Los, nos desaparecieron. A ellos materialmente, a nosotros espiritualmente.
Estamos recuperando, junto con los restos de los desaparecidos, con los juicios por la verdad y la justicia, esa capacidad de decir, hacer, aportar.

Esta fue mi / nuestra intención al hacer este acto.
No sólo despedirnos de Laura, de Laurita, de Penny, de decir que aquí estamos y que queremos, exigimos justicia.

Justicia para los secuestrados, para los torturados, para los asesinados. Que aquellos que cometieron estos delitos tengan lo que tantos como Laura no tuvieron, un juicio con derecho a defensa.

Pedimos justicia y castigo para los asesinos, pero también para aquellos que se beneficiaron, y todavía hoy se benefician con las prebendas otorgadas por los militares ese brazo armado de nuestros sectores más poderosos, más retrógados, más elitistas.

Pero no podrá haber justicia si todos no decimos, hacemos, aportamos. La justicia no se hace sola, la justicia es una herramienta de esta sociedad para normar a los integrantes de una comunidad organizada.

Los jueces, sin nuestro apoyo, no pueden – ni deben – liderar algo que tiene que hacer la sociedad toda.


Estimados todos, amigos, colegas, compañeros, familia.

Este acto es producto de gestos, actos y aportes desinteresados. Y quiero destacarlos porque todo esto no hubiera sucedido sin el trabajo, el esfuerzo, el compromiso de muchos.

En primer lugar quiero agradecer a las instituciones que hicieron y hacen posible que actos como este, se repitan hoy a lo largo y a lo ancho de este país.
A la voluntad política de un Gobierno que ha tomado la bandera de los Derechos Humanos, como un principio inalienable en la construcción de una Argentina mejor para todos.

A la voluntad ejecutiva de un Estado, que ha asumido su rol de custodio de la historia, de sus individuos y sus instituciones. Un Estado que ha reconocido, a través de leyes y acciones que lo que sucedió en los años oscuros de nuestra historia nunca debería haber ocurrido.

En ese contexto quiero hablar de dos protagonistas de este, nuestro momento de reconstrucción:

Por un lado el Poder Judicial. Vilipendiado, debilitado por prácticas irresponsables o delictivas de algunos de sus miembros, limitado por presupuestos exiguos o inexistentes, por carencias estructurales y funcionales. Un Poder Judicial que está porque necesitamos que el Estado, a través de este Poder, nos permita mejorar nuestras instituciones y nuestras formas de convivencia. Hay jueces y jueces, fiscales y fiscales.
Hoy lo mejor de nuestro Poder Judicial afronta una tarea ciclópea: desenmarañar la conjura que arrancó de nuestras familias a nuestros desaparecidos, que secuestró, torturó y aniquiló a tantos, jóvenes y menos jóvenes, activistas y amigos, conocidos y desconocidos. Una dictadura que se apropió de bienes, que rapiñó tesoros y recuerdos, que encubrió, apoyó, dio apoyo espiritual para que se cometiera uno de los actos de barbarie institucional más terribles de la historia demócrata de este nuestro mundo contemporáneo.
Sin nuestro apoyo, estos jueces, estos fiscales, empleados y secretarios de juzgados no podrán sostener este proceso, debemos ser conscientes de esto.

Por el otro lado una organización de la sociedad civil, un Equipo Argentino de Antropología Forense que realiza de manera incansable un registro pormenorizado de esta, nuestra historia. Donde cada una de las víctimas –y de los victimarios- tiene un lugar, un espacio, un registro –completo o incompleto- de su vida y sus acciones, de sus relaciones… de su pasado. Para poder darle un presente a cada uno de los miles de casos que Antropología Forense sigue de manera incansable.

Quiero nombrar hoy aquí, muy particularmente, al Juez Daniel Rafecas, a Maco Somigliana y a Cecilia Ayerdi del Equipo de Antropología Forense, pues ellos estuvieron presentes cada vez que los necesité, que acudí a llevar datos, pruebas, a solicitar información, a aclarar dudas. Me recordaron que Laura era una de las tantas, de las miles de mujeres desaparecidas, de las centenas de adolescentes que desaparecieron y murieron en las fauces del monstruo. Con ellos sentí que mis gestos individuales eran también, inexorablemente, gestos colectivos, gestos sociales, gestos políticos.

En segundo término quiero contarles que este acto es el producto del esfuerzo de muchos y también a ellos quiero nombrarlos.

Las autoridades de esta Escuela, que desde siempre han apoyado y movilizado a la recuperación de la Memoria, a la búsqueda de la Verdad y la Justicia de sus alumnos, docentes y no docentes secuestrados, asesinados por una dictadura que cercenó a un país, a más de una generación de dirigentes sociales, políticos, sindicales. Una escuela que demuestra día a día su compromiso con el pasado, el presente y el futuro de este, nuestro país.
En particular quiero citar al rector Héctor Pastorino y a la secretaria académica María del Carmen Rodríguez. Quienes recibieron la solicitud para hacer este acto con entusiasmo y nos acompañaron con el apoyo y la solidaridad que necesitábamos.

Quiero mencionar especialmente al Lic. Abraham Gak, precursor en este camino de la Escuela Carlos Pellegrini como sitio de formación en democracia.

A Roberto Testa, creador de eventos, películas, textos, encuentros…, quien desde siempre acompaña, incita, organiza la vida de esta escuela y su memoria..

A los que trabajamos durante estas semanas para organizar esta, que nos pareció la mejor forma de despedirnos de Laura, transformando este hecho de individual a colectivo.
Los que conocieron a Laura y con quienes nos hemos reunido cada jueves preparando este particular jueves: Gabriela Alegre, Cecilia Ayerdi, Daniel Burak, Laura Giussani, Daniel Korinfeld, Alejandra Naftal, Beatriz Ruiz, Laura Schachter y otros que me estaré olvidando…
Y destaco, porque éste es el camino: el acompañamiento, interés, pasión de quienes no la conocieron a Laura, porque eran bebés en esa época como es el caso de Mariana Selzer o aún no habían nacido como Carolina Selzer, Luciana Gluj y Jennifer Guillinet. La parte gráfica y audiovisual de este acto fue realizada enteramente por ellas y les agradezco profundamente.
Gracias a todos podemos reunirnos hoy acá, despedir a Laura y contarles, con los materiales que se han expuesto durante esta jornada, quién era y de dónde venía mi hermana.

Hoy, yo - mi papá, los amigos, los compañeros hemos podido llorarla.
Ahora que sabemos cómo pasó, ahora que el trabajo de los antropólogos nos restituyó sus restos QUEREMOS SABER QUIÉN FUE para que esto no suceda NUNCA MÁS.

Ana Nora Feldman
Acto en Memoria de Laura Isabel Feldman por la Verdad y la Justicia
10 de setiembre de 2009, Colegio Carlos Pellegrini.

1 comentarios:

Helvia Catena dijo...

Memoria y justicia. Justicia y memoria.
Ninguno de nuestros actos son gratuitos, nada es gratuito. Todo se construye por decisiones, o por notomarlas. Nuestro país no es ajeno, es nuestro, nuestra historia no es ajena es nuestra...tomemos entre todos nuestra historia, construyamos con conciencia nuestro país, hagámoslo nuestro...

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