Realidades Imaginarias


Desde siempre quise volar
Por David Pau

Desde siempre quise volar… Una persona, hace muchos años, me dijo que me habían matado en la segunda guerra. Me dijo además que esta era mi tercera vida y todas esas cosas sin sentido. Lo cierto es que de toda esa lata, solo me quedé con la idea de haber sido un heroico piloto de guerra y que fui abatido en la toma de Berlín. Siempre imagine esa escena, una y otra vez durante muchos años. Aún hoy, de vez en cuando, lo sigo pensando.
Cuando era adolescente buscaba en los libros de historia y en todo aquello que llegaba a mis manos, fotos de los pilotos de la Royal Air Force y otras compañías. Pensaba seriamente que si en verdad había sucedido eso que me contaron, tal vez, me podría reconocer. Eso nunca sucedió…
Las imágenes me causaban mucha nostalgia, algo sentía dentro mío. Las fotos de soldados en las trincheras, los aviones abatidos en el campo, las ciudades desvastadas, todo… Todo eso me transmitía cierta “familiaridad”, pero solo eso y nada más.
Un día, cayó a mis manos, como regalo de cumpleaños, un avión a escala. Una maqueta de plástico, de esas para armar en dos o tres pasos. Lo miré y quede encantado. Fue así que descubrí que tenía afición por ese tipo de cosas, además de cierta habilidad para armarlos, para pintarlos y hasta conseguir dejarlos con su verdadero color o camuflaje.
Entendí entonces, que mi verdadera pasión se había despertado. Amaba los aviones, amaba volar por sobre todas las cosas. Hoy día lo disfruto. He volado por el mundo y por mi país en algunas oportunidades. Pero en ese tiempo, la posibilidad de que pudiera volar era muy remota.


Yo no creo en las casualidades, pero un día, un tipo que conocía del colegio secundario me comentó que su padre era dueño de un hangar en el aeropuerto de Don Torcuato. Me dijo que en el mismo se guardaban aviones civiles y que si quería podía ir a visitarlo. Quedé fascinado con la idea. Por primera vez podría tocar un avión.
Recuerdo que fue una mañana de otoño, un sábado de abril. Llegamos al aeropuerto y no podía hacer que mi corazón dejara de latir fuertemente. Escuchaba el ruido de los motores y veía despegar o aterrizar avionetas. Era lo mío, era mi mundo, mi lugar.
Pasamos toda la tarde en ese lugar y antes de regresar a casa, le propuse al padre de mi amigo trabajar en el hangar. Solo necesitaban mecánicos y de eso no sabía nada. Se me ocurrió entonces, plantearle que lavaría los aviones del hangar gratuitamente a cambio de que me llevara a dar una vuelta el mecánico, de vez en cuando. Quedó arreglado. Todos lo sábados iría a lavar aviones a cambio de volar.
En teoría la idea era buena, no así en la realidad. Lavé incontables veces las avionetas del hangar, pero jamás volé. El mecánico siempre ponía alguna excusa o el dueño se hacía el desentendido. Con todo, no perdía las esperanzas y no había sábado que faltara.
Una tarde, el mecánico me dijo que una familia proveniente de Córdoba, haría una posta en el aeropuerto y que seguiría hacia Martín García, para luego volver por la tarde a Don Torcuato. Me dijo además, que se había comunicado con ellos por radio y que podría acompañarlos. Fue la mejor noticia que había recibido. Estaba ansioso, al menos por ese momento…
La verdad es que la avioneta se demoró en la salida desde Córdoba y no solo eso, no viajo toda la familia, sino parte de la misma. Esta demora, de la que no estaba al tanto, hizo que me fuera al almorzar y por esa razón llegué demasiado tarde para abordar. Si… demasiado tarde para abordar, pero en el momento justo para escuchar los motores desde la pista. No pude ver el despegue, otros hangares me lo impedían. El mecánico me miró y levanto los hombros en señal de “otra vez será”.
Solo escuchamos la carrera y los motores a fondo. Yo seguía de espaldas a la pista y estaba punto de meterme en el hangar y escucho la voz del mecánico que decía:

- Ese avión no suena bien…

Era cierto, se escuchó una aceleración continua y muy prolongada. Luego los motores demasiado cercanos y una explosión a lo lejos. Nos miramos y fue automático… Corrimos hacia el final de la pista y ahí estaba. Tenía las alas retraídas hacia atrás, el fuselaje parado a noventa grados y estaba incrustado en la tierra hasta la mitad. Solo se veían las ventanas traseras. Había pedazos de fuselaje por todos lados y un terrible olor a nafta. El mecánico trato de llegar pero se detuvo, miró hacia atrás y gritando me dijo que me alejara. Demasiada nafta en el suelo, podría explotar en cualquier momento. Ni siquiera él se acerco, lo sabía, al igual que yo. Estaban todos muertos.
No tenía caso intentar nada. Mientras llegaba la gente de seguridad y bomberos del aeropuerto nos alejamos caminando despacio. Nadie dijo una sola palabra. Solo levanto la mirada hacia mí y con eso dijo todo… Podría haber estado yo entre esas personas. Luego volvió a mirar el suelo. Llegamos al hangar, guardó sus herramientas, subió a su auto y sin decir palabra alguna se alejo. Yo me senté un rato en el suelo, al sol y después me fui a casa. Jamás volví a trabajar en el hangar.
Para entonces, luego de un tiempo, tenía una colección importante de aviones a escala. Los estudiaba, leía sobre su historia y conocía sus atributos. Sabía más que nadie, sus características, su versatilidad, cuantas batallas había incursionado y demás. Amaba mis aviones y eran mi orgullo. Todos mis amigos sabían de ello y me gustaba contarles al respecto.
Había aviones en mi escritorio, junto con fotos y partes de avionetas que me habían regalado en el hangar. Posters, fotos y hasta me pagaba semanalmente una suscripción de la revista “Volar”.
Podía pasar horas, tardes, días enteros leyendo sobre aviones. O simplemente pintando o armándolos. Como no tenía amigos, no me dejaban salir y nadie venía a visitarme, tenía mucho tiempo disponible, luego del colegio, claro… Pero nunca estudiaba.
No recuerdo muy bien, ahora mismo me esfuerzo en recordar, pero no lo logro. No puedo hacer memoria acerca de que fue exactamente lo que hice o dije, pero se que mi madre se había enojado mucho conmigo. En realidad, ella estaba enojada con mi padre o con su vida o vaya a saber uno con quien. Esa tarde, luego de un breve intercambio de palabras, entró a mi habitación completamente fuera de si. Estaba furiosa. Y a los gritos, comenzó a destrozar mis aviones. Todos… Los tiraba por el aire, los estrellaba contra la pared, los pisaba. No quedo uno solo entero. Entre llantos, gritos y maldiciones, se alzó contra todo lo que veía con dos alas y una hélice. Luego se fue, de la misma manera que lo hace la tormenta en verano. Yo quedé estupefacto, de espaldas al placard. Estaba clavado al piso, completamente mudo. Se me caían las lágrimas en tremendas gotas colmadas de sal. Eran lágrimas enormes, al principio chorreaban por mi cara, luego mojaban mi remera y la alfombra. Una tras otra, goteaban hasta el suelo, todas las lágrimas del mundo. Todo mientras juntaba pedazos de plástico por toda la habitación. Era un panorama increíble. Había cientos de partes de aviones por todos lados. Busqué una caja de cartón y comencé a colocar todo aquello que encontraba en su interior. Me llevo un buen rato hacerlo. Finalmente terminé y me quede sentado hasta que oscureció abrazado a la caja…
Hace algunos años mi madre hizo referencia a ese hecho puntual y a modo de anécdota dijo:

- Yo sabia que si le daba una paliza, la misma le iba a doler un rato, pero luego se le iba a olvidar. Quise darle algo que le duela para toda la vida… Los aviones eran todo para él… Le di donde más le dolor le podía causar…


1 comentarios:

Anónimo dijo...

Sos pésimo escribiendo, dedicate a otra cosa. La literatura no es lo tuyo.
Segui engañando mujeres solas por Messenger que te va mejor...

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