Columna escrita de Orlando Barone

Fue publicada en Diario Registrado del día de hoy. Que la aprovechen!

Los periodistas nunca se consideran limitados en su libertad de expresión. 

Nunca individualmente serían capaces de mostrar en público su vulnerabilidad, fragilidad y obediencia al editor o contratante. 

Hay en nuestra profesión una arrogancia injustificada que nos ha sido inculcada largamente por los patrones. 

Los patrones de la libertad de prensa de las empresas periodísticas. 

En cambio conocí médicos que te confiesan las tantas limitaciones a sus voluntades que les imponen las clínicas o mutuales donde ejercen; arquitectos que reconocen reprimir su creatividad de acuerdo al capricho y pago del cliente; profesores que asumen enseñar a sus alumnos con parámetros oficiales o privados que si fuera por ellos rechazarían; conocí investigadores contratados por laboratorios bajo pautas de investigación de las que en la intimidad abominan; artistas que no niegan tener que actuar en obras o escenarios ajenos al arte que quisieran expresar; conocí cientos y variados oficiantes que nunca negaron tener que oficiar contrariándose, porque necesitan el sueldo para vivir; conocí políticos que traicionan sus propias luchas militantes con tal de mantenerse en el escalafón del partido, pero que al menos lo asumen y no salen a pavonearse de actuar por sus convicciones; conocí pastores que transparentan sus debilidades y revelan cómo el sacerdocio los obliga a desdecirse o a callar sus criterios.

Y en ninguno de esos oficios se autoengañan. 

No se vanaglorian acerca del inalcanzable libre albedrío en la realidad. No presumen de una libertad que, si tuvieran un espejo de alta fidelidad y no el de la “madrastra” de Blanca Nieves, se dolerían de no tenerla. 

Cuando presume y se lame a si misma la corporación enarbola a los grandes muertos del oficio, de quienes nos separan abismos de coraje, de libertad y de conducta. 

Me atrevo a denunciar que los únicos que nunca se atreven a confesar algún signo de censura, de autocensura, de sometimiento o de resignación individuales son los periodistas. 

Los occidentales, los democráticos, los independientes, los puros y los pasados por agua destilada. 

Porque todos esos periodistas cuando deben contestar sobre si en su trabajo tienen alguna recomendación u orden que acatar en la redacción o el programa o lugar que los emplea, dicen que “ellos no”. 

Que nadie les da indicaciones que coarten su libertad; que dicen lo que creen , saben o desean.  

En cualquier medio. 

Siempre. 

Y a medida que por afanes y méritos aumentan su notoriedad y el salario o el cachet, más convencidos están de que se expresan libremente. 

Y hasta se dan el gusto de advertir pública e indignadamente si desde el Gobierno algún funcionario los pellizca auditivamente por teléfono. 

Por supuesto no hay telefoneadas ni advertencias de empresas, corporaciones, anunciantes o editores que pudieran entrometerse en su vasta libertad personal. 

La del periodista. 

Si se desenmascararan los nombres que deben ser maltratados o ignorados, o al revés- atendidos y privilegiados- nos encontraríamos con un listado escandaloso que está, por supuesto, en  conocimiento de los periodistas. 

Cada medio tiene su lista negra y su lista de oro. 

Cada tanto cambia. 

Cada periodista a su vez tiene las suyas. 

Basta el hecho de ingresar a una redacción para que, sin que nadie lo anoticie, el ingresante sepa lo qué no tiene que escribir o tan siquiera insinuar que lo piensa. 

A la entrada de cada medio, programa o noticiero hay un hipotético cartel que nos dice: “ Ya sabés dónde estás”. 

Y entonces cada cual se falsea y se resigna, o lo que es más corriente: se convence de que él está donde siempre quiso estar. 

Hay medios donde el ingresante sabe que debe ir con vestuario convencional,( algunos todavía priorizan el blazer azul y el pantalón gris) y otros en los cuales amerita más transgresión un arito o usar sandalias de pescador. 

Cada cautiverio requiere su look. 

El de periodista es uno de los oficios donde se adquiere gran destreza en el mimetismo.  

Un periodista que fuera capaz de sentir el libre albedrío interior como para autoconfesarse y confesar sus limitaciones recobraría la sinceridad de su infundamentado e impostado “Yo”. 

Esa presuntuosidad, de que a “él nadie le hizo escribir lo que no quería”,  es un argumento que no pasaría el ojo de la aguja de una sesión de terapia básica. 

Excepcionalmente ese sinceramiento aparece  entre quienes ya no ejercen y no temen  mirarse al espejo que los desacraliza. 

Hay en la vida monstruosidades peores que haber sido vulnerable, lábil y prudente.  

Si me preguntaran a mi si soy libre de escribir o de decir profesionalmente todo cuanto pienso y creo- y digo que sí- sería imperdonable. 

Si ni siquiera podría reconocer que lo logro  en mi vida privada aunque desde hace años estoy empeñado en alcanzar esa libertad que este texto, esta opinión, no consiguen. 

En eso ando. 

No creo que llegue.  

1 comentarios:

Anónimo dijo...

muy buena!!!

javier garcia

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